martes, 8 de diciembre de 2009

El tesoro se esconde bajo el sombrero

Por: Mayra Alvarado Neira.





Son las diez de la mañana aproximadamente, no hace ni sol pero tampoco frío, pues aquí el clima es un tanto impredecible, quienes salieron de casa bien tapados van guardando en los bolsos los ponchos y bufandas, mientras quienes salieron creyendo que iba a ser un día para broncearse, se frotan los brazos para calentarse. Los malabaristas o más conocidos como peatones, se mueven rápidamente entre los carros antes de que la luz roja cambie a la verde. Todo marcha con absoluta normalidad: “oye pendejo no vez que no hay luz, cómo quieres que sepa que es tu turno, acaso ¿soy adivino?” por eso digo, todo marcha con absoluta normalidad.



Entre los gritos y ajetreos nadie se detiene para entrar, miran el lugar y pasan. Son los turistas quienes como verdaderos busca tesoros, sostienen el mapa y cuentan pasos: “¿disculpe sabe dónde queda?” Y como si nos estuviesen preguntando cuál es la raíz cuadrada de 156, asustados respondemos: “ay chuta, deme un
lugar de referencia y le digo por donde tiene que ir”.



Pero bueno, retomando el tema del mapa, ahora necesito que dé unos cuantos pasos más, gire hacia la izquierda y listo, ¡hemos llegado! Los gritos de la urbe han quedado atrás, lo único que se escucha son los golpes de un tronco, con el que se va formando los sombreros de paja toquilla, es inevitable no probarse un sombrero, pues los hay de todo tipo y para toda talla de cabeza.


Los colores, los aromas y las habilidades se van mezclando, la música y los cuadros en la pared hecha de adobe, cuentan historias, uno se siente muy cómodo: “aquí no vendemos café, vendemos sensaciones” dice Juan Fernando Paredes, dueño del tesoro: la cafetería. Pero a diferencia de las otras cafeterías que hay en Cuenca, ésta, es parte de un taller en donde se hacen sombreros de paja toquilla.





Nada aquí es fruto de la coincidencia, porque simplemente la coincidencia no da frutos. Cada espacio y cada detalle ha sido pensados detenidamente, la gente podía venir y disfrutar de una gran variedad de café provenientes de todas partes del Ecuador: “lamentablemente no existen controles dentro de las producciones, un ejemplo es el café de Pangui, los grandes productores compran antes de la cosecha, eso hace que el mercado quede reducido, hasta el punto de tener que ofertar el mismo producto” comenta Juan Fernando Paredes. Y aunque podría pensarse que eso iba a acabar con el lugar, no fue así: “la gente que no sabe de café se toma uno y dice ¡ay que rico!, esa es la ventaja”, porque querámoslo o no ¿quién no se toma su cafecito negro con una buena humita?
 


Pese a ya no disponer de una amplia gama de café, este lugar no ha perdido el encanto. Cada persona que entra deja su huella: “empezamos a dar a la gente un papelito para que dibuje, cuando se empezó a poner los papeles en la pared, la gente creyó que se podía dibujar en la paredes” ahora es “una cafetería con carácter”.

Uno no sabe en donde está la magia, no sabe si es el olor, los colores o el lugar en sí, porque su ubicación es simplemente perfecta, desde la cafetería se puede ver el río Tomebamba, que, a si sea con bastantes piedras y poca agua, sigue luciendo encantador.

¿Por qué mezclar el sombrero y el café?




Porque el sombrero y el café son primos hermanos. El café especialmente se siembra en Manabí y básicamente es en ese lugar donde está la paja toquilla, los dos se llevan bien porque se alimentaron de la misma tierra.

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